Buena UX vs. mala UX: un ejemplo

Tomemos como ejemplo ir a tu cafetería local a comprar un café. Si todo va bien, entras y sales en cuestión de minutos. Pasas tu tarjeta de café por el escáner para hacer un pedido, sigues los pasos precisos para encontrar la sección del café que quieres comprar, exploras el menú de tu bebida, la pagas en la caja de autoservicio y ¡listo!

Imaginemos un escenario alternativo. Llegas a la cafetería y haces cola en recepción para entrar porque escanear tu tarjeta de café es imposible. Solo hay un empleado de turno, y ya está atendiendo a otros clientes, así que no te queda más remedio que esperar. Un par de minutos después, por fin echas un vistazo a los productos y bebidas, solo para descubrir que no tienen descripción. Preguntas dónde están los precios y qué es qué. Finalmente lo averiguas preguntando al empleado, pero el cajero tiene una fila enorme. Frustrado, te vas y te prometes no volver nunca más a esa cafetería.

A diferencia de la segunda, la primera cafetería se planificó y construyó pensando en la experiencia del usuario. El usuario se ve significativamente afectado, lo que influye en su percepción del servicio. La primera cafetería puede anticipar clientes satisfechos que la frecuentan con frecuencia. Sin embargo, la segunda podría esperar una disminución constante en el número de clientes. De ahí la importancia y el beneficio de la experiencia de usuario (UX).

Cree productos y servicios fáciles de usar y con los que sea divertido interactuar. El diseño UX siempre considera las necesidades del usuario final. El proceso de diseño UX implica realizar una investigación de usuarios para comprender al usuario objetivo, definir el problema que se debe resolver, desarrollar conceptos para posibles soluciones, planificar el diseño del producto o servicio, considerar todas las acciones y pasos posibles que el usuario podría realizar, realizar pruebas para garantizar que la experiencia sea accesible e intuitiva, y mejorar continuamente el producto final.